La palabra en el tiempo 63

“El miedo tiene muchos ojos”, escribe Cervantes en El Quijote.  Es connatural al hombre. Aparece ya en el Génesis: “Tuve miedo porque estaba desnudo y me escondí”, se disculpa Adam ante Yawhé en el paraíso.

Uno de esos muchos ojos de los que habla el Quijote ha visto crecer tremendamente el miedo por la pandemia de la endiablada enfermedad del  covid-19 que ha puesto en jaque a científicos y políticos y ha sumido en el temor y la incertidumbre a todos los que poblamos este planeta azul.

Esta circunstancia ha vuelto a poner de relieve que una de las características de nuestra sociedad y cultura es el miedo. Se ha vuelto a hablar, a escribir y reflexionar sobre la “sociedad del miedo” o de “la cultura del miedo”. Los temores que nos amenazan son múltiples y distintos: Miedo a nuevas pandemias mortíferas, catástrofes medioambientales, al cambio climático. Miedo a posibles atentados terroristas.  Otro de los más desoladores e inhumanos es el de los movimientos migratorios, como estamos viendo y padeciendo. Luego hay otros miedos más cotidianos y personales, muy arraigados en el ser humano: Miedo a la vejez, a la soledad, a la inseguridad, al sufrimiento, al fracaso, a no ser amado y estimado, a ser distinto y no gregario, miedo al futuro. Y falta citar al que señalo Erich Fromm : “El miedo a la libertad”

De suyo es un sentimiento ambivalente, puede alertarnos a la prudencia, pero puede sumirnos en la cobardía. Socialmente es peligroso porque mutila la democracia al convertirnos en ovejas obedientes para provecho de los políticos. O como dice Aldous Huxley en su libro “Un mundo feliz”: “El miedo ahuyenta el amor, la inteligencia y la bondad. Al final el miedo llega a expulsar del hombre la misma humanidad”.

Contra el miedo están dos virtudes muy humanas y divinas: la esperanza y la confianza. Son parte esencial de nuestra fe cristiana. Pertenecen a su esencia. Tienen probado éxito. Dios no nos abandona nunca.

El próximo domingo, san Marcos nos relata el pasaje de la tempestad en el mar de Tiberíades. Los apóstoles, tuvieron miedo de que la barca se hundiera. Iba el Señor en ella. Les llamó cobardes y de poca fe. Habían perdió la esperanza y la confianza. A pesar de la tempestades no podemos perderlas nunca.

La palabra en el tiempo 62

“¡Es lo que hay!”. Es una frase o afirmación coloquial de uso muy frecuente en
nuestras conversaciones. Comentamos con otros cualquier circunstancia política
o social en la que nos vemos involucrados pasivamente, que nos viene como
impuesta, manifestando nuestra impotencia, y concluimos: “¡Es lo que hay!”.
Como diciendo, ¡qué le vamos a hacer, hay que resignarse!
Sin embargo, no deja de ser una actitud de ánimo anómala e impropia de una
sociedad democrática. Cada vez es más evidente que los responsables y
representantes políticos van por una parte y los ciudadanos, que somos los que
sufrimos y afrontamos las circunstancias, por otro. Es llamativo que en esta
sociedad contemporánea, en la que teóricamente somos más libres que nunca,
nos sentimos también más impotentes que en otros momentos de la historia.
Somos un conjunto de personas con buenas intenciones pero que distan mucho
de la realidad que queremos alcanzar.
Una situación parecida, atraviesa también la iglesia. Al fin y al cabo, al estar
formada por personas, es –en cierta manera- hija de su tiempo. La
secularización que debiera de ser un proceso normal, de resituación de la Iglesia
en su tiempo para cumplir mejor con su misión, está abocando a una
preocupante descristianización. También, como cristianos, hemos caído en el
lamento y la resignación y decimos: “¡Es lo que hay!”, como si hubiéramos
olvidado la acción del Espíritu y dimitido de nuestra misión y responsabilidad. El
papa Francisco ha dado la voz de alerta invitando y animando a toda la Iglesia a
vivir y poner en práctica la “sinodalidad”, que es caminar juntos, y que la misión
es para “toda la Iglesia” y “para todos en el Iglesia”. El próximo Sínodo será en
el año 2023. Ha llamado a la participación de todos, porque todos hemos
recibido el Espíritu Santo. El tema elegido es crucial: “Por una Iglesia sinodal:
comunión, participación y misión” Es un cambio notable en su funcionamiento,
superando el clericalismo, que denuncia con frecuencia.
Precisamente, el próximo domingo, en el evangelio de San Marcos, se nos
advierte sobre el pecado contra el Espíritu Santo, que es prescindir o desconfiar
de su acción permanente. Es posible que la época gris de la iglesia de nuestro
tiempo se deba a que, por miedo al cambio y la novedad, apagamos su luz y su
fuego.

La palabra en el tiempo 61

Todos hemos sido testigos de que la desastrosa pandemia del
coronavirus, además de los miles y miles de fallecidos y afectados por la
enfermedad, ha provocado una crisis socioeconómica que se ha
visualizado en numerosas y largas colas provocadas por el hambre a las
puertas de las ongs e instituciones solidarias. Cabe señalar, como una de
las más conocidas y universal a Caritas. No es simplemente una ong más,
es la Iglesia de Jesucristo saliendo a la calle y tendiendo sus manos a los
más necesitados con los recursos de millones y millones de esos discípulos
y seguidores de Jesús que intentan cumplir su deseo expresado de forma
imperativa: “Dadles vosotros de comer”
Caritas es una organización ya veterana. En España se constituyó y se
difundió en la década de los años cuarenta del siglo pasado, después de la
2ª guerra mundial y de nuestra Guerra civil. Fueron años de verdadera
hambre y penuria. En Asturias está creada en 143 parroquias y, el pasado
año 2020, pudo atender a 5.138 familias.
La singularidad de Cáritas es que conoce las circunstancias de necesidad y
trata con cercanía y respeto a las personas necesitadas. Todo el que llama
encuentra respuesta o se sale en su búsqueda sin ninguna discriminación.
Su ayuda no es ocasional, sino integral y durante el tiempo que dure la
situación crítica que atraviesa. Es una organización seria, no populista, que
analiza con rigor la realidad y denuncia sus carencias en los acreditados
Informes FOESA sobre exclusión y desarrollo social en España.
El próximo domingo es la fiesta del Corpus Christi. Es el día de Cáritas. En
el evangelio de San Marcos, vemos a Jesús, el Señor, que nos dice que,
aquel pan y la copa de vino que tiene en sus manos, es su Cuerpo entregado y su Sangre
derrama. Y nos invita a seguir su ejemplo y compartir nuestra vida. Es lo
que hace Caritas. Si puedes, decídete a dar y si necesitas, atrévete a pedir.
Jesús quiere que vivamos todos con dignidad y practiquemos

La palabra en el tiempo 60

En esta sociedad que dicen tan secularizada llama la atención el ver cómo
todavía en los campos de futbol al salir los equipos al campo o al meter un
gol hacen la señal de la cruz, elevan la vista y los brazos al cielo e incluso,
algunos se ponen de rodillas y rezan. Me atrevo a afirmar que después de
los templos, es en los stadiums deportivos donde más se santiguan las
personas. Aunque lo hagan rutinariamente, eso indica que están
convencidos de que algo o alguien les protege y les ayuda a triunfar en la
competición. El gesto simbólico religioso lo exteriorizan católicos y de
otras religiones.
Las experiencia religiosa necesita símbolos para expresarla, ahondarla y
vivirla. Para los cristianos, el símbolo más expresivo es la señal de la cruz.
Es el primero que nos han hecho nuestras madres en la frente nada más
nacer y el primero que nos enseñan a trazar sobre nuestro cuerpo
diciendo: en el nombre del Padre y del Hijo Y del Espíritu Santo.
Nuestros antepasados lo practicaban con frecuencia a lo largo del día.
Habían estudiado en el catecismo aquello que decía el del P. Astete:
¿Cuándo hemos de hacer la señal de la cruz? Siempre que comenzamos
una obra buena, o nos viéramos en alguna necesidad, principalmente al
levantarse, al acostarse, al salir de casa, al entrar en la iglesia, al comer y al
dormir”
Hoy vamos vaciando la vida de todo lo religioso y trascendente y nos
llenamos de supersticiones y manías. Perdemos así algo tan importante
como palpar que somos un misterio y que un gran Misario –con
mayúscula- nos inunda. Un Misterio de amor, por eso, sin amor hondo,
inefable, del que llega al alma, no se puede vivir.
El próximo domingo es la fiesta de la Santísima Trinidad. No es un
jeroglífico incompresible e inexplicable. Es un Misterio de amor. Dios no es
solitario, es familia y como toda familia es fuente de amor. La de la
Trinidad Divina es fuente de caudal infinito y de altísima calidad. La
acreditó Jesucristo. A la que tenemos que acudir para colmar nuestro
vacío y alcanzar la felicidad.

La Palabra en el tiempo 59

Es un clamor insistente y repetido, el deseo exigente de que es necesario recuperar aquel “espíritu de la transición del 78”  que hizo posible en España la superación de años de enfrentamientos, odios e ideologías encontradas y, con el mejor espíritu, lograr  un consenso  que cristalizó en una nueva Constitución que nos ha facilitado cuatro décadas de paz, de progreso y de convivencia en la diversidad. Hoy rancios partidismos y populismos engañosos sacan la piqueta para remover viejos demonios envueltos en adulteradas memorias históricas. Políticos escasos del mejor espíritu de consenso son los que comandan estos tiempos difíciles.

En la iglesia también hemos vivido un tiempo lúcido y extraordinario del Espíritu: el Concilio Vaticano II. La palabra aggiornamento,  ¿la recordáis?, fue la mejor sintetizó ese evento porque se trataba de impulsar la misión de la Iglesia,  entrar en dialogo con un mundo nuevo y saber leer “los signos de los tiempos”. Allí surgió “el espíritu conciliar” que en estos sesenta años ha tenido fases más clarividentes y más sombrías, pero que ha ido perdiendo dinamismo. El papa Francisco, como el santo Juan XXIII, trata ahora de abrir ventanas y de poner a la Iglesia en actitud de salida.

El próximo domingo es una fiesta importante que va perdiendo significado en nosotros y convendría recuperarlo: Es el día de Pentecostés, el día de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. San Lucas, en Los Hechos de los Apóstoles, la describe como el estruendo de un viento fuerte y la aparición de unas llamaradas que se posaron sobre los discípulos. Hoy es el día de los laicos, del apostolado seglar, que tanto cuesta incorporar. Necesitamos ese viento fuerte del Espíritu que nos devuelva la lucidez y el dinamismo del espíritu conciliar.

La Palabra en el tiempo.14/05/2021

Los medios de comunicación social siguen siendo uno de los grandes avances de nuestro tiempo. Nos facilitan estar informados al momento de todos los sucesos del planeta, aunque estén a miles de kilómetros de distancia. Y no solo saber de ellos, sino verlos a través de la pantalla del teléfono, de la tableta,  de la Tv.

Precisamente estas nuevas redes de comunicación han permitido a catedrales y parroquias el poder participar “on line” en las distintas celebraciones cultuales o catequéticas durante  muchos meses de pandemia por la Covid-19 en los que hemos tenido que sufrir un confinamiento que nos imposibilitó asistir presencialmente a la Misa dominical y a los niños a la catequesis.

La Iglesia cayó en la cuenta de la importancia de los medios  de comunicación durante la celebración del Concilio Vaticano II, en los años 60 del pasado siglo XX. El mismo Concilio, realizado en la Basílica Vaticana, convertida en aula conciliar, fue entonces el evento más y mejor comunicado. Desde entonces, todos los años el día de la Ascensión, el Papa convoca una jornada de reflexión sobre  la situación actual de estos medios advirtiendo que deben servir para el progreso y la mejora de la dignidad  y de la convivencia de las personas y de los pueblos.

Este año, haciéndose eco de la crisis que atraviesan muchos de estos medios, sobre todo el periodismo de papel, y de la hiperinformación  que corre por otras redes plagadas de “fake news”, critica la información de “fotocopia“ y generada en los “palacios”, sin salir a la calle,  “sin gastar los zapatos” para ser notarios “in visu” de los acontecimientos. Y transmitir y comunicar la verdad de los hechos. Para la buena información hay que ir y ver, comunicación por “encuentro” con la realidad de la vida. Pone el ejemplo del sufrimiento y el drama que pueden padecer los países pobres sino les llegan las vacunas.

El próximo domingo es la fiesta de la Ascensión del Señor que se despide dejándonos un encargo  una misión de comunicación: Ir por todo el mundo y anunciar y comunicar el Evangelio.  Hay que hacerlo “saliendo a la calle”, gastando zapatos”, y no con fotocopias, sino con la  experiencia de la propia vida.

La palabra en el tiempo 20-04-21

Una de las carencias más lamentables de los que habitamos esta vieja Europa puede que sea cierta incapacidad del cultivo de la vida interior, sí de la vida espiritual, del alma. De la Europa de los valores estamos pasando a la Europa económica, que por falta de esos valores tampoco logra muchos aciertos en una economía más solidaria y más distributiva. Se ha hecho lamento frecuente que esta Europa nuestra está perdiendo el alma. La pandemia está dejando al descubierto esta situación de pobreza y soledad. Colas de personas buscando sobrevivir y aumento de las personas que viven y mueren solas. Sufrimos un vacío interior que nos está haciendo perder el sentido de la vida.

La felicidad que buscamos y pretendemos requiere tener ilusión. Julian Marías, ese lúcido pensador y ensayista español al que debiéramos prestar más atención por ser un maestro de la vida interior, del alma, dice que la ilusión da a la vida un carácter proyectivo. Tener ilusión es mirar hacia adelante, divisando el porvenir, plantearse retos, metas, objetivos a conseguir. La felicidad consiste en hacer algo que merezca la pena con nuestra propia vida, algo positivo, según las posibilidades de cada uno, que pueden y deben ser muy sencillas. Es buscar valores que den calidad a la vida.

La felicidad necesita una fuente que la alimente. El próximo domingo, 5º de Pascua, San Juan en su Evangelio nos da una pista. Nos cuenta la parábola de la vid y los sarmientos con la que Jesús se identifica y nos identifica. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. Se nos ofrece como la fuente, la savia de nuestra vida. En él, ahora que andamos tan faltos de maestros y pensadores, podemos encontrar sentido, orientación,  estímulo e ilusión para el cultivo del alma y crecer como personas humanas. Y, además, da garantía: “el que permanece en mí da fruto abundante”

La palabra en el Tiempo 54

Aunque la persona palpó desde siempre su finitud y fragilidad, soñó, deseo y hasta tuvo la esperanza de alcanzar y lograr vivir siempre, y vivir feliz. Los griegos creyeron que se lograría en el Hades, más allá del río Aqueronte, cruzándolo en la barca de Caronte que les llevaría al Elíseo, donde disfrutaría de una vida bendecida por los dioses. Los del A.T. sentían seguridad de ir al Sheol, situado en alguna parte debajo de la tierra, donde en vida latente no había ni dolor ni placer, donde los justos  esperaban, como Job, que Yawhe los rescatara. Sigue repugnado y siendo algo inconcebible, es “ser para la nada” por muy existencialista que uno se crea. Me llama la atención, cuando en los funerales, familiares, sobre todo nietos, de los abuelos difuntos,  se dirigen a ellos diciéndoles: “ Allí donde estés…”. Afirmando que viven  en algún lugar, que sueñan idílico, pero no se atreven a citar que  es el cielo, como nos prometió Jesús: “…os llevaré conmigo y donde yo estoy estaréis vosotros conmigo”

Estamos en Pascua de Resurrección. Hemos celebrado la Semana Santa recordando y actualizado la última etapa de Jesús de Nazaret, el que pasó por el mundo haciendo el bien. Nunca nos preguntamos cuál es el motivo  y la razón de que Jesús, siendo Dios, se despojara de su condición divina. Uno de los motivos es manifestarnos que ese deseo pujante y ese  sueño intuitivo que perdura en toda persona, de vivir y vivir feliz, la podemos alcanzar. Y Él, siendo como nosotros,  es la prueba y la confirmación.  El próximo domingo, San Juan en el evangelio nos cuenta el encuentro del apóstol Tomas, antes incrédulo, con Jesús Resucitado, con presencia real pero difícil de describir porque algo de su persona se escapa a los sentidos. Al ver cómo se porta con él, sin reprocharle su actitud descreída, en un gesto de amor, le dice: Tomás, aquí me tienes, mira mis llagas… La Resurrección es una suprema experiencia de amor, que se capta principalmente con los ojos del corazón, aunque no le falta la luz de la razón. Sentimos que estamos hechos para la  vida y la Pascua de Resurrección nos lo confirma.  Aleluya, aleluya

La palabra en el tiempo 53

¡Viernes Santo!. Pronunciar estas palabras juntas produce respeto. Trae a la memoria uno de los acontecimientos más sobrecogedores de la historia de la humanidad: La muerte en cruz de Jesús de Nazaret, condenado después de haber hecho el bien y encender una luz para encontrar sentido a la vida. Murió perdonando: “perdónales porque no  saben lo que hacen” 

La ONU tiene un calendario  anual en el que  nos advierte y sensibiliza sobre actitudes,  situaciones y problemas que necesita mejorar la humanidad. Así celebra el “día contra el cáncer”, el de “la discriminación cero”, “la jornada de la Madre Tierra”, de “la donación de sangre”…

Este día sagrado de Viernes Santo debiera de ser “el día del perdón y de la compasión”. Necesitamos perdonarnos para hacer posible e  indispensable en la convivencia humana “la caridad y amistad social”. Necesitamos compadecernos  -“padecer con”- de tantas personas excluidas, empobrecidas, violentadas, ultrajadas, expatriadas, malcompradas y malvendidas, explotadas, engañadas,… Este mundo nuestro necesita toneladas de perdón y compasión si quiere sobrevivir con dignidad, con entendimiento y fraternidad. 

El símbolo universalmente conocido es la Cruz.  De patíbulo y escarnio, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios,  lo transformó en signo de liberación y redención. El mundo está lleno de cruces. Nos obligan a recordar que muchas, muchas personas sufren. Para creyentes y cristianos son la memoria de que Dios sufre con ellos. La Cruz es fuente de misericordia y reclamo de amor y de compasión.

Hay oscuros  intentos de quitarla de la vista pública. Incomoda el realismo de su significación. En vez de derribar cruces, sería mejor manifestar un compromiso claro y eficaz de aliviar a los crucificados. 

¡Viernes Santo!.  Cada día es más urgente celebrar una “jornada mundial del perdón y  compasión”.

¡Viernes Santo!. Pronunciar estas palabras juntas produce respeto. Trae a la memoria uno de los acontecimientos más sobrecogedores de la historia de la humanidad: La muerte en cruz de Jesús de Nazaret, condenado después de haber hecho el bien y encender una luz para encontrar sentido a la vida. Murió perdonando: “perdónales porque no  saben lo que hacen” 

La ONU tiene un calendario  anual en el que  nos advierte y sensibiliza sobre actitudes,  situaciones y problemas que necesita mejorar la humanidad. Así celebra el “día contra el cáncer”, el de “la discriminación cero”, “la jornada de la Madre Tierra”, de “la donación de sangre”…

Este día sagrado de Viernes Santo debiera de ser “el día del perdón y de la compasión”. Necesitamos perdonarnos para hacer posible e  indispensable en la convivencia humana “la caridad y amistad social”. Necesitamos compadecernos  -“padecer con”- de tantas personas excluidas, empobrecidas, violentadas, ultrajadas, expatriadas, malcompradas y malvendidas, explotadas, engañadas,… Este mundo nuestro necesita toneladas de perdón y compasión si quiere sobrevivir con dignidad, con entendimiento y fraternidad. 

El símbolo universalmente conocido es la Cruz.  De patíbulo y escarnio, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios,  lo transformó en signo de liberación y redención. El mundo está lleno de cruces. Nos obligan a recordar que muchas, muchas personas sufren. Para creyentes y cristianos son la memoria de que Dios sufre con ellos. La Cruz es fuente de misericordia y reclamo de amor y de compasión.

Hay oscuros  intentos de quitarla de la vista pública. Incomoda el realismo de su significación. En vez de derribar cruces, sería mejor manifestar un compromiso claro y eficaz de aliviar a los crucificados. 

¡Viernes Santo!.  Cada día es más urgente celebrar una “jornada mundial del perdón y  compasión”.

La Palabra en el tiempo. 26/03/2021.COPE

“Salvar la Semana Santa”, después de la funesta experiencia de la Navidad, fue el problema, el deseo y la reivindicación más reclamada por el mundo laboral. La pandemia, además de atentar contra la salud, nos puede hundir en la indigencia y la pobreza, nos puede obligar a estar a la cola del hospital y a la cola de Caritas.  Nunca ha vivido la humanidad una encrucijada donde fuera tan difícil conciliar la salud con el trabajo, especialmente de algunos sectores para los que no es posible el teletrabajo.

Para las Cofradías y Hermandades, “salvar la Semana Santa”, supondría poder salir a la calle con esas procesiones y manifestaciones enarbolando imágenes de escultores de manos divinas que representas escenas del drama más bello y esperanzador que los hombres podíamos imaginar y desear. El vivido y sufrido por Jesús de Nazaret, muerto y resucitado. La muerte, la verdadera fatalidad del hombre,  si puede ser vencida, no será por el hombre, será por alguien muy superior. Jesús vino a decirnos cómo y quién: el Dios que  él nos manifestó en un acto supremo de amor.

La Semana Santa, en lo que tiene de esencial, se salva siempre. Sin duda este año, como el pasado, la tenemos que ver, vivida y representada en tantas personas enfermas, o que han muerto víctimas de esta enfermedad asoladora y que se escapa a  los caculos de tantos sabios de este mundo. Y, también, en tantas familias que han perdido su trabajo y están al borde de la exclusión y la pobreza. Cristo en la cruz es el grito y el icono de esa humanidad sufriente que clama compasión y  fraternidad.

El próximo domingo es “Domingo de Ramos”. Se proclama la Pasión del Señor”. Es la mejor lectura y reflexión que podemos hacer. Allí se hace verdad que el amor es más fuerte que la muerte. Nuestro Dios es el de la vida.  No olvides que la cruz es un signo de amor, de vida y de humanidad.  Hay seudopoderes que quieren arrancarlas. Es la defensa de los crucificados, maltratados, ancianos olvidados, enfermos desolados,…y gente hundida por la pobreza y la miseria.

¡Desde la humildad de tu fe, ¡salva la Semana Santa!

Programa Semana Santa 2021

Celebraciones penitenciales y Confesiones

Martes, día 23,   7 tarde: Celebración Penitencial

Martes, día 30,  7 tarde: Celebración Penitencial

Miércoles, día 31,   7 tarde: Celebración Penitencial

(Nota: Se ruega distribuir la asistencia en los diversos días)

Confesiones y confesores

Además de en las Celebraciones Penitenciales, habrá confesores los días:

        26, viernes; 27, sábado; 29, lunes santo;

         30, martes santo; 31 miércoles santo:

*de mañana: de 10 a 12 h.

*de tarde: de 18 a 20 h.

(Nota: Hay lugares adecuados  para la confesión que guardan las normas requeridas)

Celebraciones

Domingo de Ramos

       13 h. Celebración solemne de la Eucaristía.

            Veneración de la imagen del  NIÑO  DEL  REMEDIO

                No hay Procesión de Ramos  

Jueves Santo

       Mañana: Confesiones

*18 h.: Celebración de la Institución de la Eucaristía y

  Reserva del Santísimo en la Capilla para su adoración.

  *20 a 20:30h. : Hora Santa

Viernes Santo

       Mañana: Visita y adoración del Santísimo

       12 h. Ejercicio del Santo Via Crucis (Cofradías)

18 h. Celebración de la Pasión del Señor

Sábado Santo

       11 h. Santo Rosario y acompañamiento a la

                Virgen de la Soledad (Cofradías)

       20 h. Solemne Vigilia Pascual

Domingo de Pascua de Resurrección

        Misas: 10, 11, 12 y 19 h.

       13 h. Celebración solemne de la Eucaristía de

                 la Pascua y canto del Aleluya

Notas a tener en cuenta:

1.- Se suplica cumplir todas las normas en vigor por la circunstancia de la pandemia: gel, mascarilla, distancia… El templo parroquial dispone de 91 bancos más sillas. La capacidad total  es de 500 personas sentadas. El aforo permitido en estas celebraciones será de 200 personas.

2.- Puedes seguir la retransmisión de los actos de culto, a través de nuestro canal “San Pedro Gijón” de YouTube

Año Jubilar dedicado a S. José, por el Papa Francisco. Obra de Gerardo Zaragoza, Iglesia de San Pedro Apóstol.

Puede descargar este programa aquí.

La Palabra en el tiempo 51

Se ha cumplido una año –mucho tiempo para una cultura que se creía tan progresista y postmoderna- desde que apareció por sorpresa y asoladora esta pandemia del covid-19, que tiene nombre de olimpíada pero de la enfermedad. Seguimos en la incertidumbre de si estaremos al borde de una cuarta ola. Desde el comienzo se ha debatido, opinado, profetizado o interrogado a expertos, sociólogos, adivinos y gurús, si después de esta tragedia que ha alterado nuestras vidas, saldremos mejores o volveremos a las mismas.

Los optimistas están convencidos de que “saldremos mejores”. Ponen como argumentos el gesto solidario y  heroico de los sanitarios que se han desvivido, el dolor por los muchos que han muerto y en una soledad desesperante y el de los testimonios de los que lo han superado casi milagrosamente con días casi terminales en UCI. Los pesimistas dicen que somos olvidadizos,  que el hombre repite sus desastres, olvida pronto la  historia y añade además que estamos en una cultura egoísta, individualista, que vive para el bienestar, para lo que le gusta, para pasarlo bien y la muestra son los muchos grupos de jóvenes que no han asumido esta  cruda y lacerante realidad.

Estoy convencido que esta enfermedad que nos ha obligado a vivir con tantas limitaciones, a palpar la fragilidad y la vulnerabilidad,   también nos ha planteado preguntas importantes sobre el sentido de la vida, la necesidad del amor, de vernos de abrazarnos, la insoslayable solidaridad, el planteamiento de nuestro futuro y el acercamiento a Dios para vivir con  esperanza. En muchos ha despertado de nuevo la fe que tenían olvidada o soterrada.

El próximo domingo, en el evangelio de San Juan, Jesús alude a un proceso vital muy natural  que nos pasa desapercibido y que encierra un misterio iluminador: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto” El sufrimiento purifica y la enfermedad puede conducirnos a una vida más sana y más santa.

                           ¡Que San José nos proteja!