Esta Nochebuena soy Rosa, la abuela de Clara, la que os escribe, porque la que ha aprendido cosas soy yo.

Hace unos días Teresa, la mamá de Tomás, me llamó. La llamada no me sorprendió porque hemos hablado muchas veces este año.

-Rosa, ¿qué tal estas? ¿preparando ya la Nochebuena?

-Bien gracias. Ya sabéis que cuento con vosotros.

-Claro que sí Rosa, sólo que bueno… este año es posible, si no te parece mal… que nos acompañen cinco matrimonios más y alguno de sus hijos.

-¡Cinco! ¿Tantos? y ¿cómo es eso?

-Bueno, ya sabes que el año pasado para mi marido Tomás y para mí, la Nochebuena supuso un verdadero encuentro con Jesús. Y puede que hayamos hablado tanto de ello que este año nos han pedido acompañaros. Si no es molestia claro.

En ese momento me entraron un montón de dudas, ¡seis matrimonios! y con los peregrinos ¡doce niños!… aunque si Dios me ponía este reto seguro que no podía negarme.

-Claro que no es molestia y quizás nos pueda servir para llegar a más hogares. Diles…, diles que este año empezaremos pronto. A las 9 de la mañana nos vemos.

Cuando colgué estaba algo preocupada. Seis matrimonios y doce niños, por una parte era una oportunidad para llegar a más hogares, pero por otra… no los conocía, ¿qué están buscando? ¿sería capaz de llegarles? Jugar a los peregrinos con los niños es fácil, pero con adultos…

Mi marido se dio cuenta enseguida de que algo pasaba. Cuando se lo conté me dijo:

-Rosa, que cinco matrimonios quieran encontrarse con Jesús en Nochebuena y te pidan ayuda es un regalo de Dios.  Y que nosotros seamos sus instrumentos es un honor. ¿Sabes que hay que hacer? Antes de ir al encuentro de nuestro Señor reflejado en nuestros hermanos hay que llevarlos ante Él. Empecemos este año con una hora de adoración.

-¡Ya!, pero ¿y los niños? ¿Aguantarán una hora en la capilla?

-Los niños, -dijo mi esposo- les recordarán a sus padres lo que es rezar.

Llamé al párroco y le expliqué la situación. Él estaba encantado de que le llevase a tanta gente a la capilla del Santísimo. Nos abriría, los saludaría y expondría el Santísimo para nosotros; además me dio una idea muy buena para los niños. Tras un ratito de oración podrían ayudar a preparar la cunita del niño Jesús, me sugirió que le pidiese ayuda a los catequistas de Clara y Francisco.

Sorprendentemente estaban encantados y además decidieron acompañarnos después.

El párroco nos dio una lista de personas a las que podíamos ir a ver (a parte de las que yo ya tenía en cuenta).

A las 9 en punto estaban todos a la puerta de la parroquia. Los padres de Tomás nos los presentaron:

  • Antonio y Lucía, él es compañero de trabajo de Tomás y traía consigo una guitarra. Para acompañar a los villancicos.
  • Laura y Pedro, también del trabajo de Tomás.
  • Herminio y Sofía, los dueños de la empresa donde trabaja Teresa.
  • Susana y Lucas, compañeros de trabajo de Teresa.
  • Y finalmente, Adela y Ricardo, amigos de siempre de Teresa y Tomás.

Una vez que nos presentamos, utilicé las palabras de mi esposo: antes de ir a encontrarnos a Dios en los hermanos necesitados vamos a hablar con Él y para eso vamos a hacer una hora de adoración.

En ese momento los miré y había caras de sorpresa y extrañeza, pero también alguna de alegría.

Entramos a la capilla y el sacerdote nos expuso el Santísimo. Aprovechó para explicarles a los niños que Dios estaba presente ahí en cuerpo, sangre, alma y divinidad.

Aunque para los peregrinos era la primera adoración, habían ido a rezar muchas veces a la capilla y enseguida empezaron a dar gracias a Dios y a pedir por sus familias y por las personas que íbamos a ver.

Tras ellos, los otros niños empezaron también a agradecer y pedir.

Antonio miró al sacerdote y señaló la guitarra, el sacerdote asintió y sonrió. Entonces Antonio empezó a tocar y a cantar “Vine a adorarte, vine a alabarte, vine a decir que eres mi Dios… “

Lucía cantaba con él y se la veía muy feliz. Los catequistas se llevaron a los niños y los mayores empezaron a rezar sacando lo mejor que tenían dentro.

Antonio intercalaba canciones fue una adoración estupenda.

Una vez acabada, todos dieron las gracias, algunos estaban muy emocionados.

Repartimos las cosas que había que llevar y trazamos un plan. Iríamos de dos en dos matrimonios con sus hijos; los peregrinos eran cosa nuestra. Cambiamos los grupos de casa en casa para que todos fuésemos con todos y para que los que nunca habían ido tuviesen un apoyo. Los papás de Tomás, los catequistas, nosotros y Antonio y Lucía, que de jóvenes habían ido alguna vez a visitar enfermos, acompañaríamos a cada uno de los otros matrimonios.

Yo tenía una lista con lo que había que llevar y un breve resumen de la situación de las personas que íbamos a visitar.

Todo iba muy bien y, entre casa y casa, nos contábamos lo que estábamos viviendo.

A la hora de la comida, que hicimos rápidamente en una hamburguesería, todos estaban muy contentos.

Al salir de allí pasó algo sorprendente. Herminio se fijó en un vagabundo que estaba pidiendo, volvió a mirarle y se acercó a él.

-¡Don Emilio! ¿Es usted? ¿qué le ha pasado?

-Así me llamaban. Ahora no soy ni don, ni nadie. ¿No tendrás una moneda?

-Claro que sí. Pero ¿no se acuerda de mí? Usted fue la primera persona para la que trabajé. ¿Qué le pasó? ¿Cómo pudo acabar así?

Los ojos se le humedecieron, pareció recordar algo.

-¡Herminio!

Pareció avergonzarse, luego se irguió como tratando de recobrar algo de dignidad.

-Ella me abandonó, yo que lo daba todo por ella… todo menos lo que ella necesitaba… a mí… Empecé a beber porque me ayudaba a soportarlo y luego todo… todo se hundió… ¿No tendrás una moneda?

Herminio se llevó la mano a la cartera. Pero en esos momentos el abuelo lo detuvo.

 -No es buena idea, se lo gastará en vino.

-Pero quizás yo pueda ayudarle… Era bueno, quizás pueda darle un trabajo.

– Mira -dijo el abuelo-, ahora no necesita un jefe, necesita un amigo que le ayude a recobrar la dignidad. Vamos a buscarle un sitio donde se pueda alojar y bañar. Vamos a buscarle ropa y llevarle al peluquero y luego poco a poco vas hablando con él y le convences de que se desenganche del alcohol, así podrás luego buscarle un trabajo.

Se fueron el abuelo, Herminio y don Emilio. Cuando volvieron, Don Emilio ya era otra cosa. Aún estaba emocionado y no hacía más que llorar…

-Claro que sí, mañana iré y seguiré el programa.

-Yo te llevaré…

Una vez que Don Emilio se fue, Herminio se acercó a su mujer, le dijo unas palabras al oído y ella sonrió y le abrazó.

Cuando terminamos, era evidente que algo había pasado en cada uno de ellos, así que les propuse ir a hablarlo todos juntos. Los catequistas se llevaron a los niños que lo habían pasado muy bien para que los mayores pudiésemos hablar.

-Muchas gracias, a todos por ayudarnos a llevar la a Jesús a los demás el día de Nochebuena, ahora, si queréis, podemos compartir lo que ha supuesto para cada uno de vosotros.

Lucía fue la primera.

-Gracias Rosa. Deberíais saber que Antonio y yo nos enamoramos en una Pascua Juvenil. De jóvenes teníamos nuestros grupos de la parroquia, pero luego, después de casarnos, el trabajo, los hijos… Poco a poco nos fuimos alejando de Jesús… y nuestra vida se volvió más gris…

Pero en la adoración… con cada una de las canciones… volvieron los recuerdos. Luego la alegría de las personas con las que cantamos… Íbamos a llevarles a Jesús y resulta que ellos nos lo han traído a nosotros. Gracias Rosa… Gracias.

Luego hablo Pedro.

-Rosa, a nosotros también nos has hecho un gran regalo. Nosotros vamos a misa los domingos. Pero nunca hablamos de ello a nadie. Cuando Tomás, en el trabajo, hablaba de lo que estaba viviendo, jamás me atreví a decirle que nosotros vivíamos la fe, aunque una fe avergonzada.

Hoy cantando, rezando y hablando de Dios a niños y grandes hemos descubierto que nuestra fe es un regalo, un gran regalo de Dios que no hay que esconder. Porque Dios está llamando a las puertas de otros y, si nosotros hablamos de lo maravilloso que es, quizás también ellos le abran.

Habló entonces Susana:

-Lucas y yo creíamos a nuestra manera. No somos muy practicantes. Cuando hablaste de adoración pensé qué tipo de locura es esa. Luego con las canciones y las oraciones pensé. Y ¿si está ahí? ¿Estás ahí? Sentí una gran paz y lo curioso es que miré a Lucas y parecía sentir la misma paz.

Luego íbamos cargados, cuando llegamos a casa de doña Matilde y mis manos estaban frías. Ella me miró y me las calentó entre las suyas; la miré y volví a sentir esa paz.

Lucas y yo siempre hemos vivido una vida muy… “normal”: trabajar, salir los fines de semana, las vacaciones… pero unas vidas también muy vacías. Cuando oíamos a Teresa hablar sentíamos mezcla de curiosidad y envidia por la alegría con la que hablaba.

Herminio contó poco después:

-Cuando vi a Don Emilio, primero ni lo miré, era un indigente más, un fracasado, pero no sé por qué volví a mirar y, entonces, vi sus ojos. Primero pensé que no era él, sólo alguien que se le parecía, pero luego me dije ¿y si es Él?

Cuando contaba como había llegado a esa situación, era como un espejo que me mostraba una realidad que me negaba a ver.

Lo primero que pensé fue “a mí no me va a pasar, mi mujer está aquí conmigo”, pero luego recordé las palabras de ella cuando me convenció para que viniésemos.

“Esto es algo que creo que es bueno para los dos y que no puedo, ni quiero hacer sola. Si no vienes conmigo y me vuelves a dejar sola quizás descubra que ya lo estoy… Si vienes conmigo, quizás sea capaz de hacerte ver que, en el mundo, hay algo más que trabajo, trabajo y más trabajo.”

Por eso le pedí perdón. Por eso le dije (y le digo ahora) que la quiero y que con su ayuda juntos encontraremos el equilibrio.

No sé como agradecerle a ella, y a todos, este gran regalo que hemos recibido.

Habló entonces Adela:

-Nosotros el año pasado vimos como cambiaron Teresa y Tomás y pensamos: “No se habrán metido en algún tipo de secta”. No entendíamos su alegría, ni porque venían tanto a la iglesia y como amigos suyos pensamos que nuestra obligación era rescatarlos.

Vinimos a aquí y descubrimos que no es que ellos estuvieran en una secta, sino que nosotros estábamos en una burbuja que nos aísla del mundo. Que no nos deja ver que a nuestro lado hay muchas personas que necesitan de nosotros… y, lo que es peor, nosotros de ellos.

Pero también es verdad que necesitamos tiempo y respuestas. Tened paciencia con nosotros.

Finalmente, les di las gracias a todos y les dije que hoy nos habíamos encontrado con Jesús en la adoración eucarística, con Jesús en los hermanos y que yo iba a ir a encontrarle en la misericordia, en el sacramento de la confesión. Para luego encontrarle en la eucaristía.

Y no fui la única. Y cuando le recibí, al comulgar, le di las gracias por lo mucho que me ama, la paciencia que me tiene y porque me deja ver cómo actúa. No se olvida nunca de sus hijos.

Por Aurora